Hace unos cuantos años escribí un artículo con este mismo título y, en mi opinión, sigue siendo un tema de máxima actualidad, así que decidí actualizarlo para compartir algunas ideas que me parece siguen siendo válidas. Espero que, al menos, sirva para hacer una reflexión sobre algo que puede marcar, en gran medida, el futuro de nuestras empresas.
Como demuestran, por ejemplo, la doctrina social de la Iglesia, o ciertos estudios clásicos, como el de Niebuhr, siempre han existido reflexiones sobre la moralidad del capitalismo y sobre los aspectos éticos de la actividad empresarial.
Naturalmente, los últimos decenios han supuesto, por razones obvias, una reactivación o intensificación de esas reflexiones. La deflagración comenzó ya en los 60, amparada en la revolución antiautoritaria y en la emergencia del fenómeno de la contra-cultura, movimientos que trajeron consigo una fuerte animosidad anti-empresa y contra la economía capitalista.
En los 70, la reflexión sobre la relación entre ética y empresa se desarrolló como tema de atención casi prioritaria, sobre todo en los EEUU. Aunque tradicionalmente la ética había sido reducida a casi una cuestión de la conciencia individual del empresario, comienza a ser una parte fundamental de la discusión general de las cuestiones empresariales.
Esta teoría concede a la empresa, y en consecuencia a la economía, una especie de autonomía frente a todo el universo social, haciendo que disfrute de una lógica propia, y hasta exclusiva, que nada tiene que ver con todo lo demás; lo que suponía un grave reduccionismo teórico y social. Como la experiencia nos ha enseñado en esta última crisis, la empresa no es, ni puede ser, un sistema ajeno a su entorno, o dicho de otra forma, a la sociedad en la que se desarrolla, sino todo lo contrario; es una emanación más de esa sociedad, que por lo demás, ya habría sido tematizado por Weber, quien ya señaló que la economía capitalista es un sistema lleno de valores y matices, más o menos religiosos, tipos ideales, símbolos, etc., y, por eso mismo, difícilmente puede ser comprendida si no se atiende a todo lo que tiene de común con los otros sistemas sociales y sin comprender la influencia que todos esos aspectos tienen en ella.
Históricamente existen dos formas principales de entender lo que significa la ética empresarial; una forma más reduccionista y restrictiva y otra más fundamental y comprehensiva.
La visión restrictiva trata de reducir la ética empresarial a un mero asunto de «management» práctico, donde la ética empresarial debe entenderse simplemente como una herramienta que sirve para corregir los excesos del principio de la ganancia empresarial.
En ese sentido, la ética empresarial no es más que la respuesta a la crisis del «management» tradicional; por echar mano de una analogía, lo mismo que no podemos imaginarnos la tecnología del futuro igual a la tecnología del pasado con el mismo software, capacidad de almacenamiento o potencia de cálculo, tampoco podemos imaginarnos la empresa del futuro en semejanza total con la del pasado. De lo que se trata es de llegar, por medio del desarrollo de toda esa reflexión ética de la empresa, a una forma más «ecológica» de empresa y de actividad empresarial, es decir, aquella que no siga los modelos «abrasivos» anteriores, sino modelos de ganancia y de crecimiento adaptados a una estrategia de moderación y consideración de la nueva realidad.
Desarrollo empresarial
Frente a toda esa visión reduccionista de lo que significa la ética empresarial, tenemos una segunda visión mas profunda y comprehensiva. Con ética empresarial, más que referirnos a un instrumento para resolver los conflictos éticos o la moderación de ciertas ansias depredadoras que surjan en el desarrollo de la actividad empresarial, se trata de una cuestión más importante; la relegitimación social de la institución llamada «empresa».
Con ética empresarial queremos significar una reflexión sobre el papel y la función de la institución «empresa» en un mundo distinto. Por decirlo con otra analogía, con la ética empresarial se trata de darle un «giro copernicano» a la forma de abordar las relaciones de la empresa con su sociedad; de alguna forma, lo mismo que Kant hizo con el giro copernicano de la «transcendentalidad» de la Razón. Es decir, con el inicio una nueva autorreflexión de la Razón sobre los límites, condicionantes y capacidades de la Razón misma.
Quizá, lo que deberíamos hacer ahora con la ética empresarial es plantear esa misma «transcendentalidad» de la empresa; la autorreflexión crítica de la empresa sobre los fines, límites, condicionantes y estructuras mismas de la actividad empresarial con el fin, precisamente, de darle una legitimación nueva a esa acción o actividad social.
Esa relegitimación tiene muchas consecuencias, entre ellas, una que, desde el punto de vista directivo, es de especial importancia; una nueva ética del directivo que supone un «ethos» nuevo, siendo los rasgos principales de ese nuevo estilo o «ethos» directivo los siguientes:
Primero, la necesidad de cultivar la imagen pública de la empresa. Ni la empresa, ni el directivo pueden ya prescindir, como ocurría en el modelo tradicional, de la imagen que dé esta ante su sociedad y la opinión pública. Un directivo clásico podría prescindir tanto de la necesidad de justificar socialmente su quehacer como de la necesidad de dar una imagen adecuada de su hacer empresarial. El nuevo directivo no puede prescindir de esos aspectos que se han vuelto económica y empresarialmente determinantes. Por lo demás, a este nuevo directivo ya no le basta con entender o aplicar, más o menos crudamente, las leyes de la ganancia empresarial y demostrar altos índices de astucia o capacidad “rentabilizadora”, necesita ser un directivo capaz de ofrecer a la sociedad justificaciones de por qué hace lo que hace (su labor empresarial, sus finalidades sociales, etc.) como, al mismo tiempo, ser más sensible a todo el entorno y, especialmente, a todas las variantes no expresamente económicas de ese entorno, porque ésa va a ser, probablemente, la única forma de ir anticipando el futuro de la propia empresa y de detectar los «signos de los tiempos». Es decir, aquellas transformaciones ya presentes en los movimientos sociales y que él tiene que saber leer y tiene que saber anticipar.
Responsabilidades
Segundo, ese directivo «ético» de nuevo cuño ya no sólo tiene que responder de sus responsabilidades estrictamente empresariales, sino que debe responder de sus responsabilidades mas allá de lo estrictamente empresarial y mas allá de la empresa. La empresa ya no tiene sólo una responsabilidad comercial, sino muchas otras, tanto sociales como éticas, y por tanto debe ser capaz de ofrecer una justificación adecuada sobre las actividades empresariales y sus consecuencias.
Tercero, ese nuevo directivo «ético» debe representar una nueva forma de liderazgo y de organización. En primer lugar, debe disponer de capacidades que serán sobre todo dinámicas; capacidad de iniciativa, el valor de «entrepeneur», el valor crítico, la capacidad de improvisación, la capacidad de imaginación, la capacidad de reorientar la propia tarea directiva.
Por otro lado, ese nuevo directivo no puede actuar ya frente a su sociedad con formas y maneras monológicas o dogmáticas, sino que tiene que ser capaz del diálogo crítico, pues tiene que ofrecer una especie de legitimación articulada de su función, de sus decisiones, de sus fines, etc., lo que le obligará a disponer de recursos y resortes de formación mucho mas variados de los que disponía o necesitaban sus predecesores del modelo tradicional. Por eso, su principal instrumentario no es tanto la orden o la imposición como la Gestión del Acuerdo; es decir, la capacidad de construir con todos los “actores” involucrados unas relaciones que construyan un entorno de verdadera ganancia mutua.
Esos son, en breve esquema, algunos de los principales cambios implicados por la ética empresarial, la cual, lejos de ser una cuestión secundaría o baladí, es, cada vez más, un elemento fundamental de una nueva forma de «ethos» directivo y de relegitimación de la empresa en un universo afectado por el «crepúsculo del deber» y, por eso, en una permanente variación de esquemas y modelos.
Juan Mateo.
Director del Instituto Superior de Negociación
Universidad Francisco de Vitoria.
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