En la visión estereotipada del directivo, este es un profesional que se caracteriza más por mover el cuerpo que el espíritu y menos las ideas que las maletas; en otras palabras, alguien que se caracteriza por ser empresarialmente hiperactivo, pero mentalmente pasivo.
Para esa concepción tradicional de la empresa, el directivo es casi un pseudofuncionario de la experiencia, es decir, un profesional “experto” que vive precisamente de eso, de su “experiencia”; de principios casi inamovibles que cree confirmados por una muy larga carrera profesional. Por lo tanto, un hombre que ha asimilado una batería de técnicas, perfeccionadas pero fijadas de antemano, y que todo lo que tiene que hacer es aplicarlas en cada situación con la mayor astucia posible.
En contraposición a esa concepción, hoy el directivo debe tener otras “longitudes de onda”, pues la Transformación se ha convertido en el elemento nuclear. Así, debe convertirse en un experto en turbulencias y en ideas, situaciones y constelaciones muy novedosas. Más que cumplir una serie de funciones prefijadas, el nuevo directivo tiene que cumplir una pluralidad de funciones, entendiendo esa pluralidad no tanto en el sentido de cumplir muy distintas funciones sino en el sentido de tener que hacer cosas de naturaleza radicalmente diversa.
Es decir, vamos hacia un directivo que ha de ser al mismo tiempo, líder, creador e intérprete. Un líder capaz de ejercer una nueva forma de liderazgo, muy alejada de los modelos autoritarios clásicos que estaban basados más en la imposición que en la persuasión argumentativa. Alguien que sea un generador o, en su defecto, recopilador de tendencias, de posibilidades nuevas, lo que le obligará a convertirse en un “lector” de los signos sociales, de los impulsos y del subconsciente de la época. En este sentido, su tarea consiste en una rara “sociología de acera”, o dicho de otra forma, necesitará descubrir aquellos impulsos que están despertando constantemente en la sociedad y, en consecuencia, en las empresas.
Todo ello no es posible sin acercarse a conocimientos sobre campos que, hasta ahora, estaban polarmente alejados del saber habitual de la empresa; es decir, necesita una carga extra de reflexión, que es el “laboratorio” donde se ponen a prueba las “fórmulas químicas” del futuro. Una labor así exige adquirir unas claves de interpretación extremadamente complejas que difícilmente pueden tenerse sin el apoyo de grandes especialistas. Aquí es donde la función primordial a desempeñar por los profesionales de Recursos Humanos encuentra su lugar estratégico, pues ellos deben convertirse en los proveedores de las claves de interpretación que permitan a los demás directivos entender y actuar en un mundo nuevo.
Juan Mateo
Director
Instituto Superior de Negociación (Univ. Francisco de Vitoria)
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